Llevan allí desde mediados de marzo. Exigen la salida del primer ministro. El ejército los rodea.
"Están en ese edificio, y también en ese otro. Fíjese bien. Ahora quizás no los puede ver, pero le aseguro que ahí hay francotiradores que han estado disparando a matar", exclama con mucho aspaviento un joven manifestante. A su alrededor pronto se forma un tumulto. Y enseguida salen las fotografías de cuerpos asesinados de forma atroz en recortes de periódico: "Mire, a esta mujer le dispararon y estaba embarazada, o vea éste, es sólo un niño". Y también muestran un francotirador captado con teleobjetivo. "Son expertos del Ejército, aunque algunos dicen que son mercenarios", apunta otra de las voces del grupo. "Cuéntele por favor al mundo lo que está pasando. No es el Ejército el que nos está acorralando, son asesinos".
Y a la vez que todos asienten preocupados, uno de los líderes de la revuelta arenga robóticamente a las masas desde lo alto de un enorme escenario, justo en el corazón del campamento de los "camisas rojas" -que exigen elecciones y la renuncia del primer ministro- en Bangkok. Su homilía es seguida por cientos de personas desperdigadas por el suelo, que aplauden cuando hay que aplaudir y bostezan cuando nadie los mira.
La mayoría de los 4.000 manifestantes que aún resisten tras las empalizadas es gente agotada, alimentada a base de puñados de arroz y cuya condición higiénica hace rato que superó la frontera de lo deplorable. Solamente el orgullo y la obstinación los mantienen atrincherados. Más aún después de saber ayer que su venerado "Comandante Rojo", Khattiya Sawasdipol, finalmente había muerto tras recibir un disparo en el cráneo, el jueves.
Tras el escenario se esconde el cuartel general de los rebeldes, totalmente cubierto por una lona negra. El motivo: privar de visión a los francotiradores. A los lados, flamantes centros comerciales cerrados y carteles de marcas de ropa de lujo le recuerdan a uno que esto no es un asentamiento, sino el pulmón turístico y comercial de Bangkok y, por extensión, de Tailandia, la segunda economía del sudeste asiático.
"Cuando vengan las tropas no ataquen de vuelta, permanezcan en calma", dice el líder a su audiencia. Esto ocurre 20 minutos antes de las 15 horas, momento en que finaliza el ultimátum dado por el ejército para desalojar la zona. Cuando vence el plazo, las milicias del campamento refuerzan barricadas, prenden fuego a neumáticos y lanzan al aire potentes petardos. Pero nadie viene del otro lado. Hay que mirar al cielo para encontrar la respuesta: varias avionetas comienzan a lanzar gases lacrimógenos para tratar de sembrar el caos.
En medio de la confusión, se produce el shock de la jornada. Unas imágenes grabadas con un celular muestran cómo un grupo de "camisas rojas" asaltan a un soldado en un camión, lo golpean, lo inmovilizan contra el suelo y, sin mediar palabra, le asestan un disparo a bocajarro. La brutal escena es una enorme mancha para un movimiento que se declara "pacífico", y demuestra que grupos descontrolados de "camisas rojas" están usando tácticas de guerrilla al margen de la cúpula dirigente. Justo en el momento en que el gurú opositor, Thaksin Shinawatra, pidió desde el exilio a sus seguidores que retomen el diálogo con el gobierno.
Sin embargo, parece ya tarde para eso. El primer ministro, Abhisit Vejjajiva, quiere terminar cuánto antes con el estado de semiguerra y evitar que la situación se descontrole por completo. Por eso ordenó a los militares apretar la tenaza sobre el campamento de forma lenta pero firme. A última hora de la noche, el ejército había tomado varias posiciones de los "camisas rojas", luego de un intenso fuego cruzado. Sólo el peligro de provocar una masacre impidió a los 3.000 soldados entrar en el perímetro y aplastar el campamento en cuestión de horas.
Uno de los principales jefes de los "camisas rojas", Nattawut Saikar, llamó por teléfono a un consejero próximo al primer ministro Abhisit Vejjajiva. "Me dijo que si los soldados dejaban de disparar, pedirían a los manifestantes que regresen al sitio de Ratchaprasong", ocupado por los "rojos" desde principios de abril, indicó Korbsak Sabhavasu. A cambio, "los soldados no dispararían balas", aseguró.
El consejero no descartó que una tregua pueda desembocar en una reanudación de las negociaciones para encontrar una solución a esta grave crisis que dejó 66 muertos desde mediados de marzo -37 desde el jueves- y perturba cada vez más la vida diaria en la capital tailandesa.
El diálogo se interrumpió el jueves pasado, cuando el primer ministro anuló su propuesta, hecha diez días antes, de organizar elecciones anticipadas a mediados de noviembre, exasperado por las exigencias cada vez más densas de los "camisas rojas".
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